En pleno siglo XXI, la palabra “barbarie” sigue resonando con fuerza cada vez que la sociedad se enfrenta a hechos de violencia extrema, crueldad o ausencia de civilidad. El término, se utiliza para describir comportamientos marcados por la brutalidad, el salvajismo y la falta de respeto por las normas básicas de convivencia. Pero, ¿qué nos dice la barbarie sobre la sociedad actual? ¿Es un vestigio del pasado o una realidad que aún nos interpela?
Históricamente, la barbarie ha sido el “otro” de la civilización. Así lo planteó Sarmiento en el siglo XIX, quien veía la civilización como el progreso urbano y europeo, en contraposición con la barbarie del campo, lo rural y lo indígena.
Esta visión, aunque hoy resulta cuestionada, refleja una tensión que ha marcado la construcción de las sociedades: la lucha entre el orden, la ley y la cultura frente a la violencia, el atraso y la marginalidad.
Sin embargo, la historia demuestra que la barbarie no es exclusiva de los “otros”. Las atrocidades cometidas durante la colonización, las guerras mundiales y los conflictos internos han sido perpetradas por sociedades consideradas “civilizadas”.
Ejemplos recientes, como los motines sangrientos en cárceles latinoamericanas o los feminicidios que conmocionan a la opinión pública, muestran que la barbarie puede brotar en cualquier contexto social.
Hoy, la barbarie se manifiesta en episodios de violencia descontrolada: desde disturbios en eventos deportivos hasta masacres en prisiones o crímenes atroces que circulan en redes sociales. Estas expresiones de crueldad suelen surgir donde fallan los procesos educativos, la formación en valores y la acción efectiva del Estado. La ausencia de civilidad, educación, respeto y humanización convierte a individuos y grupos en protagonistas de actos que desafían los límites de la convivencia social.
El conflicto, según algunos analistas, es el denominador común entre civilización y barbarie. Las diferencias culturales, económicas y políticas pueden derivar en guerras, luchas sociales y actos despiadados, tanto a nivel individual como colectivo. En sociedades donde el Estado no logra garantizar la seguridad ni la justicia, la barbarie encuentra terreno fértil para manifestarse.
La respuesta social ante la barbarie oscila entre la indignación, la demanda de justicia y, a veces, la resignación. Los familiares de víctimas exigen acciones contundentes de las autoridades, mientras que los organismos de derechos humanos alertan sobre los riesgos de respuestas desproporcionadas o represivas. El dilema entre proteger los derechos fundamentales y garantizar el orden público se vuelve cada vez más complejo.
Algunos pensadores contemporáneos sostienen que la lucha contra la barbarie no puede limitarse a la represión, sino que debe abordar las raíces culturales, sociales y económicas que la alimentan. La construcción de una sociedad más justa, educada y solidaria es el antídoto más efectivo contra la barbarie.
La barbarie, lejos de ser un fenómeno del pasado, sigue siendo una amenaza latente en nuestras sociedades. Su persistencia nos obliga a repensar el significado de la civilización y a redoblar los esfuerzos por construir comunidades más humanas, donde la violencia y la crueldad no tengan cabida. La sociedad y la barbarie, en permanente tensión, nos recuerdan que la tarea de civilizarnos es un desafío inacabado.
En la República Dominicana, la relación entre sociedad y barbarie se visualiza actualmente a través de una serie de desafíos sociales, económicos y culturales que marcan la vida cotidiana y el debate público.
La sociedad dominicana experimenta una fuerte polarización cultural. Existen tensiones entre sectores conservadores, que buscan preservar valores tradicionales, familia, religión, patriotismo, y otros sectores liberales que impulsan la ampliación de derechos individuales, sociales y culturales para mujeres, minorías étnicas y sexuales.
Este conflicto se manifiesta en debates sobre migración, derechos reproductivos y reconocimiento de derechos de minorías, reflejando una sociedad en transformación y con valores en disputa.
La modernización y apertura económica desde los años noventa han dinamizado la economía, generando crecimiento y una clase media más amplia, pero también han producido grandes desigualdades sociales, precarización laboral y debilitamiento de las instituciones de protección social.
Por Luis Ramón López