Hace unos días, muy temprano en la mañana, realicé una transferencia desde mi cuenta del Banreservas, luego de transcurridos algunos minutos, no era posible que yo pudiera entrar a la misma, me salía el famoso token digital, y a continuación, me pedía tomar la huella digital de tres malditos dedos de la mano izquierda.
Busqué la ayuda de una chica joven, quien realizó varios intentos sin éxito, hasta que ambas nos dimos por vencidas.
Preocupada, pues esperaba que en cualquier momento me depositaran mi pensión, me preparé para ir al banco, de inmediato.
No diré en cual sucursal sucedió esto que les cuento, pues no es mi estilo de escribir.
Luego de esperar a que llegara mi turno, al momento de dar los buenos días al joven que me asistió, vino una señora que parecía compañera de trabajo, le pidió que, en la computadora, le buscara un número de cédula.
El joven ignoró mi presencia y, como decimos en este país, se puso en coro con ella, y cuando terminó de resolverle, me ofreció el saludo que consideró oportuno. Pasados varios minutos, luego de hacer las pruebas necesarias para saber que todo estaba bien, le dije que yo quería hacer un retiro de efectivo, y me dijo que podía hacerlo en cualquiera de las cajas.
Obviamente, y por desconocimiento, fui a una donde no había nadie, el joven, muy arrogante, me dijo que ese no era mi lugar, que tenía que ponerme detrás de los que estaban en la fila de los envejecientes.
Como no andaba en plan de pelea, con toda la calma del mundo, me puse en el lugar indicado, pero, seguro que no adivinan lo que pasó. Realmente, es cierto lo que se dice, que “el que la hace, la paga”.
Cuando le tocó el turno al señor que estaba delante de mí, éste se dirigió al joven, y le dijo: Buenos días, espero ser atendido con una sonrisa. ¿Cuántos años tiene usted trabajando aquí?
Cuando el joven respondió que dos años, el señor le dijo que había trabajado en ese banco durante veintitrés años, cuando se maltrataban los dedos trabajando con máquinas rústicas, pero que siempre mantuvo un trato delicado y profesional hacia las personas a quienes les tocaba atender.
Como dicen por los barrios: ¿tú supiste?
A partir de ese momento, el rostro del joven cambió, y cuando me tocó mi turno, me ofreció la mayor de las sonrisas.
¡Excelente lección!
Por Epifania de la Cruz (epifaniadelacruz@ gmail.com / www.renacerparatodos.net)