No hay que ser politólogo, economista o un reputado analista para darse cuenta de que este gobierno se ha quedado corto… cortísimo. Lo que en campaña fue un catálogo de promesas esperanzadoras, hoy no es más que un calvario de desilusiones, pero para el pueblo.
Este pueblo que los eligió, en parte, seducido por sus discursos de cambio, por la narrativa de la decencia y por una supuesta guerra frontal contra la corrupción, sin embargo, lo que ha recibido a cambio, es un prolongado silencio institucional, maquillado de excusas y de una pasmosa indiferencia.
¿Dónde están las respuestas? ¿Dónde está la acción? ¿Dónde está ese liderazgo que se ufanaba de no tener compromisos con nadie? Porque, a juzgar por los hechos, o, dicho de otro modo, por la ausencia de ellos, los compromisos parecen estar más vivos que nunca, pero no con el pueblo, sino con los mismos intereses de siempre.
La incapacidad de este gobierno para enfrentar la corrupción administrativa es, a estas alturas, un hecho notorio y público. Los escándalos no paran. Funcionarios que se ven envueltos en denuncias gravísimas, y la respuesta no es otra que el silencio o, en el mejor de los casos, una comisión que no investiga nada, que no concluye nada, que no resuelve nada.
Aquí se denuncia, se documenta, se grita, y el gobierno responde con evasivas, con cambios de tema, o con ese viejo recurso de culpar a la pasada administración para justificar el presente.
Y mientras tanto, la infraestructura nacional se desmorona. Carreteras a medio hacer, puentes que se caen o amenazan con caerse, escuelas que nunca se terminan, hospitales sin insumos, barrios sin agua, sin luz, sin atención.
Lo poco que se inaugura viene con retrasos, con sobrecostos, y con el tufo de la improvisación. Porque ni siquiera para construir parecen tener planes. Solo anuncios, promesas y más promesas.
Pero el problema no es solo lo que no hacen. Es también lo que permiten. Las denuncias se multiplican, denuncias serias, sustentadas, que comprometen a figuras del tren gubernamental y el Estado no da la cara.
No hay destituciones, no hay investigaciones serias, no hay consecuencias. Al parecer, este es un gobierno donde la corrupción no se enfrenta: se protege, se encubre, o se ignora.
Y lo más indignante de todo es el desdén con que tratan a quienes confiaron en ellos. Porque este pueblo no les pidió milagros. Les pidió, simplemente, que cumplieran su palabra. Les pidió transparencia, gestión, soluciones. Y lo que ha recibido es un abanico de indolencia, una burocracia sorda y un liderazgo que parece haber perdido el rumbo, si es que alguna vez lo tuvo.
No basta con exhibir una imagen limpia, ni con repetir frases huecas sobre institucionalidad. El pueblo no come imagen. No vive de promesas. Vive de realidades. Y las realidades de este gobierno, lamentablemente, son la parálisis, la improvisación, la decepción y la ineptitud.
El tiempo se agota. Y con él, la paciencia de la gente.
Daniel Rodríguez González