La realidad electoral de Luis Abinader y el PRM

Las agrupaciones políticas —en su esencia—, no son grandes ni pequeñas, sino más bien un reflejo de la sociedad, a la luz de las circunstancias en que coinciden con el sentir de la mayoría, es decir, según sea su valoración conforme a las repercusiones positivas o negativas que generan en su accionar colectivo.

Por ejemplo: el Partido de la Liberación Dominicana (PLD), fue fundado a finales del año 1973, pero alcanzó su mayor votación, por primera vez, en las elecciones generales de 1990 (678,065 sufragios).

Posteriormente, en las elecciones generales del año 1994, esa organización obtuvo 395,653 votos, por consiguiente, su base de respaldo social, volvió a disminuir considerablemente. Sin embargo, apenas dos años después, en el proceso comicial de 1996 —producto de la crisis post-electoral que recortó el mandato constitucional del entonces presidente Joaquín Balaguer—, este partido político ganó las elecciones presidenciales, en segunda vuelta, con casi un millón y medio de votos (1,466,382 sufragios).

Empero, ese triunfo electoral del PLD, no significó de ninguna manera que había pasado de ser un partido político pequeño, a convertirse en uno grande, solo que, en aquel momento trascendental de la historia política, se combinaron factores con profundas implicaciones de carácter económicas, diplomáticas, políticas y constitucionales, cuyas influencias obligaron a la conexión asertiva de los peledeístas con la población. 

Igualmente, en otro contexto de la vida democrática de la nación, el Partido Revolucionario Moderno (PRM), ganó las elecciones del año 2020, porque, a la sazón, coincidieron factores que también estuvieron motivados por dos grandes crisis: la pandemia del Covid-19, y la división del PLD. Cada una de ellas —amén de los esfuerzos perremeístas—, aportó un sinnúmero de elementos que condujeron a una sinergia electoral, entre dicha institución política y la sociedad dominicana.

Por consiguiente, cabe precisar que tal y como sucedió con el PLD, en el año 1996, también ocurrió lo mismo con el PRM, en el año 2020. Así pues, ambas agrupaciones políticas resultaron favorecidas por circunstancias excepcionales que facilitaron sus ascensos al gobierno, dado que ninguna contaba por sí sola, con suficientes condiciones para ganar unos comicios «tras convertirse de la noche a la mañana, en una fuerza determinante», como ahora pretenden fanfarronear algunos desorejados del oficialismo.

No obstante, resulta entendible que embriagado por la ilusoria frivolidad del triunfalismo, el presidente Luis Abinader, se anime a presentarse para un segundo período constitucional, a pesar de que, faltando poco menos de doce meses para las elecciones del 2024, sus posibilidades de triunfo, lucen bastante cuesta arriba, ya que a estas alturas, todavía no logra ni siquiera concretar un discurso que trascienda, por sobre las anteriores gestiones gubernamentales.

El primer mandatario, sabe perfectamente que no posee una impronta de aspectos distintivos que destaquen con suficiente peso específico, cuáles fueron las principales realizaciones del gobierno, para mejorar la calidad de vida de la población, en materia de infraestructuras e inversión social, cuya materialización pudo sin ninguna dificultad haber logrado plasmar su sello de identidad.

En consecuencia, el presidente de la república se encuentra desarmado, sin argumentos sólidos que defiendan su gestión, porque se quedó entrampado en cuestiones triviales que son propias de alguien sin la menor idea, acerca de por dónde se tenía que comenzar a dirigir el país, puesto que durante todo este trayecto, únicamente, se dedicó a dar vueltas y presentar excusas para justificar su incapacidad, ante los desafíos del Estado.

La cadena de pretextos que estuvieron dirigidos en gran medida, a buscar segundos culpables, para intentar desviar la atención de la población, sobre los principales problemas nacionales, terminó convirtiéndose en un espectáculo de mal gusto que puso en evidencia la deprimente falta de gerencia de los funcionarios gubernamentales, quienes de forma alegre e irresponsable, se mantuvieron durante tres años, sin dar soluciones a los acuciantes reclamos de la ciudadanía.

La gente de a pie que ya no cree en quimeras ni cuentos de camino, no logra entender con qué invento saldrá nuevamente el presidente, para pedir cuatro años más, pues a juzgar por su situación, en cuanto a que, abandonó los sectores productivos; descuidó la clase trabajadora; destruyó la clase media; y, como si fuera poco, nombró a los «popis», en detrimento de los perremeístas que lo llevaron al gobierno, por tanto, destruyó su escasa base de apoyo popular y político, sin la cual, difícilmente, un gobernante se mantiene más de cuatro años en el poder.

Además, ningún presidente en ejercicio se reelige haciendo ofrecimientos baladíes ni alegando sencillamente que «posee las mejores intenciones del mundo» para sacar adelante a su país, porque resulta que fue electo con el fin de propiciar las transformaciones que son trascendentales en todos los órdenes, para provecho de las grandes mayorías, por ejemplo:

Danilo Medina, hizo el Teleférico de Santo Domingo. También, instauró el servicio de atención a emergencias, denominado 911. Asimismo, el servicio de asistencia vial; y, finalmente, adescentó, en gran medida, la vida de los hombres del campo, a través de las «visitas sorpresas».

Leonel Fernández, por su lado, marcó una etapa importante de estabilidad, crecimiento económico y desarrollo social, jamás logrado en la historia de la República Dominicana. Igualmente, reformó y modernizó el Estado; hizo el Metro de Santo Domingo; interconectó el país, a través de un extenso programa vial que incluyó autovías, circunvalaciones, avenidas, túneles y elevados.

Joaquín Balaguer, lideró el proceso de transición democrática; fomentó la mayor obra de infraestructura nacional; y, contribuyó a la protección y preservación del medio ambiente y la biodiversidad, propiciando leyes que sancionaban la depredación de los bosques y las zonas protegidas.

Rafael Leónidas Trujillo, a pesar de la férrea dictadura, institucionalizó el Estado dominicano.

Estos presidentes, con sus muchos defectos y grandes virtudes, mantienen en su haber un sinnúmero de aportes significativos que contribuyeron a la formación, desarrollo y progreso de la República Dominicana, por cuanto, son en gran medida igualmente necesarios.

En cambio, otros gobernantes que también tuvieron la surte de aportar sus servicios a la sociedad dominicana, hicieron solamente lo necesario para destruir o inhabilitar el aparato estatal, por ejemplo:

Hipólito Mejía, a quien, la historia política de los últimos años, le tiene reservado un espacio particularmente insignificante, en el lugar donde se encuentran ubicados los pésimos gobernantes, recordados solamente por sus desmanes peyorativos y sus grotescas burlas, en contra de la población.

En cuanto al presidente Luis Abinader, actual mandatario de la nación, me atrevo a decir sin temor a equivocarme que pasará a la historia, como un presidente que gobernó sin luces, bajo la pesarosa sombrilla de las excusas y las lamentaciones. Sin nada más que aportar a la página de la historia, donde se inscriben quienes ascienden las escalinatas del Palacio Nacional.

Por otra parte, reflexionando acerca del accionar mercantil del PRM, debo significar que las formaciones con vocación progresista, no utilizan la demagogia como táctica de manipulación mediática, para catapultar sus propósitos particulares, sino más bien hacen causa común con ideologías que abrazan postulados fundados en el interés general del bien común: razón primordial de la lucha democrática, para erradicar la desigualdad y la exclusión que impide la observancia del Estado, Social y Democrático de Derecho.

Desafortunadamente, nos encontramos enfrente de un partido gobernante, compuesto en su inmensa mayoría —salvo honrosas excepciones—, por gente inservible, inoperante, inútil, improductiva, arrogante, petulante, intolerante y altanera, traída directamente desde el tigueraje político, con escasa formación dirigencial y profesional, para ocupar funciones en la administración pública.

El PRM, se ocupó meramente de ganar las elecciones del 2020, a cualquier costo y como diera lugar, inclusive, utilizando sofismas y mecanismos «non sancto», para engañar la inteligencia emocional de la población, sin tomar en consideración siquiera que para gestionar la cosa pública, era necesario, por lo menos, contar con un plan de gobierno, aunque fuese mínimamente sustentable.

El Partido Revolucionario Moderno (PRM), es un cuerpo amorfo que actúa movido por instinto, sin un rumbo definido ni una mínima idea, acerca de cómo se debería planificar y construir un proyecto de nación, en donde se consignen los lineamientos de la base programática, para canalizar las necesidades perentorias de los desafíos que enfrenta la sociedad.

Sin embargo, tras la llegada al gobierno, los grupos que habitan en el PRM, procedieron cuanto antes al reparto del botín estatal, propiciando el desmantelamiento de las instituciones del Estado, hasta producir una conjunción entre la crisis económica imperante y el debilitamiento de la institucionalidad, lo cual produjo un predecible efecto de colapso que precipitó un desencadenamiento de la crisis sistémica que actualmente afecta el tren gubernamental.

Esta situación, sumada al exhobitante endeudamiento, propiciando por el presidente Luis Abinader, cuya administración, ha contraído deuda por un monto superior a los 24 mil millones de dólares, está tornándose altamente peligroso para el futuro de la República Dominicana.

El presidente Luis Abinader, renegó de la vocación progresista, puesto que luce indiferente y apático, ante los padecimientos de la población. Pero muestra complacencia frente a la voracidad de la clase empresarial. De igual manera, su gobierno, luce sin vocación ni valores ideológicos, porque se muestra guiado, aparentemente, por intereses que usurparon la función pública, para favorecer a sectores económicos de la burguesía tradicional.

En definitiva, nos encontramos frente a un gobierno desgastado, cuyos desaciertos superan con creces, a las pocas luces que pudiera exhibir como tema de campaña. Por consiguiente, la presente gestión, luce fracasada, dando la mala impresión de que, durante este cuatrienio, los dominicanos padecimos un tiempo perdido, traducido en un significativo desgaste de la calidad de vida de la población.

Por último, para poner la tapa al pomo, la retórica “moralista” que sirvió como mampara, para proclamar una pseudo justicia independiente, quedó completamente desenmascarada y convertida en tragicomedia, a causa de la inoperancia del sistema de justicia y la inobservancia de las normas procedimentales de las instituciones responsables, en materia de ética y transparencia institucional.

La increíble cantidad de sonados escándalos de corrupción que señalaban a funcionarios públicos, legisladores oficialistas y connotados dirigentes del PRM, involucrados en temas de malversación, narcotráfico, acoso sexual, maltrato institucional, entre otros tantos, cuya sanción ética, moral, penal y política, jamás llegó, significó una burla para la población.

Han pasado tres años de gobierno y, sin embargo, el pueblo dominicano no siente ninguna mejoría en su calidad de vida, a pesar de que, para ganar las elecciones del 2020, el entonces candidato presidencial del PRM (Luis Abinader), ofreció “villas y castillas”, diciendo que «de ganar la presidencia, iniciaría un amplio proceso de transformación social, en materia de salud, educación, vivienda y seguridad ciudadana, para llevar prosperidad a las familia dominicana».

En cambio, el notable deterioro de los servicios, ha hecho retroceder en más de una década, a la República Dominicana.

No obstante, en lugar de revertir su calamitosa situación, con acciones que repercutan en provecho de la mayoría, el presidente Abinader, prefiere pagar cuantiosos recursos económicos a gente vinculada políticamente al PRM, para implementar una campaña mediática de manipulación que pretende continuar engañando a las personas, con estadísticas ficticias de bienestar y posicionamiento político.

La radiografía sociológica y demoscópica de la sociedad dominicana, retrata en «cuerpo y alma», el panorama político nacional de cara a las elecciones del próximo año 2024, revelando que, en este preciso momento, no existe, remotamente, la posibilidad, para que, el Partido Revolucionario Moderno (PRM), logre articular una mayoría absoluta, necesaria ganar en primera vuelta y continuar dirigiendo este país, más allá del 2024.

Esto significa que por más «diabluras» que hagan para intentar revertir su situación, inventando «cuentos de hadas», con falsas expectativas, para disfrazar la realidad, difícilmente, la población dominicana, continuará queriendo soportar más tiempo, transitando por un camino plagado de la incertidumbre que, día tras día, ensombrece el futuro de la nación.

Desde 1996, hasta el año 2000, el PLD, hizo un gobierno que para juicio de muchos, sirvió como ejemplo de modernidad, transformación y desarrollo social. Sin embargo, los peledeístas perdieron las elecciones presidenciales del 2000, debido a que su dirigencia política, no observó la razón que los condujo hasta la victoria electoral, en junio del año 1996.

En 2024, el PRM, sufrirá un desalojo democrático institucional del Palacio Nacional, porque su nivel de engreimiento no permitió que asumiera su victoria, como un resultado de las circunstancias que imperaron en el año 2020. Por ende, perderán de forma vergonzante, ya que «quien no reconoce la razón del éxito, está condenado a sucumbir en el fracaso». 

Por Fitzgerald Tejada Martínez (geraldtejada2413@hotmail.com)

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