Jet Set-120 días de dolor, silencio e impunidad

Aunque resulte increíble, han pasado ya cuatro meses desde aquella madrugada oscura, cuando el silencio habitual del kilómetro seis y medio de la avenida Independencia, fue interrumpido por el estruendo de la tragedia.

El Jet Set, otrora templo de generaciones, se convirtió en el epicentro de un suceso que no solo destrozó paredes y techo, sino también corazones. En la República Dominicana, a pesar de los silencios y las miradas cómplices, son muchos los que aún intentan asimilar lo ocurrido, no es posible aún.

No era un martes cualquiera. Aquella noche, el icónico establecimiento había convocado a una de sus veladas clásicas, con música de los 80 y 90, tragos nostálgicos, y una pista llena de vida. Era, como siempre, un lugar donde el dominicano iba a desconectarse del peso de la semana. Pero lo que ocurrió en horas de la madrugada sigue estremeciendo al país entero.

El colapso estructural que dejó un saldo de 236 fallecidos confirmados, más de 180 heridos y una comunidad entera en estado de shock. Fue una tragedia sin distinción de clase, de edad o de barrio: hijos, padres, profesionales, músicos, empleados del local. Todos alcanzados por una misma desgracia.

A cuatro meses de aquella desgarradora ignominia, las preguntas siguen acumulándose. ¿Por qué nadie vio venir lo que parecía inevitable? ¿Cuánto sabían las autoridades sobre las condiciones del lugar? ¿Por qué, el responsable o los responsables del lugar, no hicieron caso a las advertencias internas que, supuestamente, realizara uno de los suyos sobre las condiciones del emblemático lugar?

Pero más allá de los informes técnicos y las responsabilidades legales aún pendientes, está el dolor humano. Las familias afectadas viven un duelo prolongado por la falta de respuestas y la escasa atención institucional. Algunos han sido compensados, pero otros siguen esperando que alguien los mire a los ojos y les diga: «Lo sentimos de verdad».

El Jet Set no era solo una discoteca. Era un símbolo. Un punto de encuentro para varias generaciones, una cápsula del tiempo donde se reunían músicos de leyenda y soñadores de barrio. Que haya terminado de esta manera, con luto, llanto, dolor, incertidumbre y abandono, es quizás lo que más duele.

Desde entonces, muchas cosas se han dicho, pero pocas se han hecho. Las velas siguen encendiéndose en la verja oxidada del local cerrado, las pancartas siguen exigiendo justicia, y los sobrevivientes se reúnen los días 8 de cada mes, como un acto de memoria que no se rinde.

Este país necesita aprender a recordar, pero también a prevenir. Porque no se trata solo del Jet Set, se trata de cómo valoramos nuestras vidas, nuestra cultura y nuestra historia. De cómo exigimos un sistema que no espere otra tragedia para actuar.

Cuatro meses después, la herida sigue abierta. Y lo más triste es que, si no cambiamos, podría no ser la última.

Por Daniel Rodríguez González

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