Este es el gobierno del cambio o de la doble moral?

El país ha sido testigo, una vez más, de que los discursos y las realidades no siempre van de la mano. El llamado “gobierno del cambio” encabezado por Luis Abinader, llegó al poder con la bandera de la transparencia, la lucha frontal contra la corrupción y la promesa de hacer las cosas de forma distinta. Sin embargo, con el paso de los años, esa narrativa ha sucumbido frente a la contundencia de los hechos.

Cada día sale a relucir un nuevo escándalo que involucra a funcionarios, dirigentes y allegados del Partido Revolucionario Moderno (PRM). Lo que ayer era enfrentado con fuertes críticas cuando lo hacía otro partido, hoy se justifica con un silencio cómplice o con un discurso ensayado que busca maquillar la realidad. La doble moral ha pasado a ser parte de la cotidianidad política del oficialismo.

Basta con mirar los casos de funcionarios señalados por vínculos con estructuras de narcotráfico, algunos de ellos llegando a ocupar posiciones electivas, para comprender que el problema no es solo de transparencia, sino de selección y protección política. Es difícil hablar de cambio cuando se llega al poder con un discurso de moralidad y se gobierna con los mismos vicios que se criticaron.

Mientras tanto, los contratos oscuros, esos que en la oposición eran denunciados con fuerza, ahora se firman con la misma ligereza de siempre. Un ejemplo claro es la manera en que se han manejado múltiples contratos cuestionados en instituciones públicas, incluyendo los que rodean al Seguro Nacional de Salud (SENASA), donde abundan denuncias sobre contratos leoninos, procesos poco transparentes y beneficios concentrados en manos de unos pocos.

El problema es estructural, pero también profundamente ético. No se puede hablar de transparencia mientras se ocultan informaciones, se manipulan datos públicos o se maquillan realidades a través de ruedas de prensa cuidadosamente elaboradas. No se puede predicar moral en calzoncillos, no cuando se protege a los propios y se condena solo a los ajenos.

La incoherencia tiene un precio. Y ese precio es la credibilidad. El pueblo dominicano, aunque muchas veces agobiado por el día a día, no es ingenuo. Observa, escucha y compara. Y cuando un gobierno que prometió ser distinto actúa igual o peor que sus antecesores, el desencanto no tarda en llegar.

El país no necesita gobiernos que prediquen “cambio” puramente de boca, sino que lo ejecuten con hechos. Porque el cambio no se mide por los discursos, ni por la propaganda pagada, ni por la cantidad de spots publicitarios. Se mide por la coherencia entre lo que se dice y lo que se hace.

Por eso, mientras la corrupción siga teniendo padrinos, mientras los contratos leoninos sigan favoreciendo a grupos cercanos al poder y mientras se continúe hablando de transparencia desde la opacidad, el “cambio” no será más que una palabra vacía.

Y en política, cuando las palabras carecen de contenido, lo que queda es el descrédito público.

Termino con un pensamiento de nuestro patricio, Juan Pablo Duarte y Díez:

“La política no es una especulación; es la Ciencia más pura y más digna, después de la Filosofía, de ocupar las inteligencias nobles…”

Por Daniel Rodríguez González

Comparte esta noticia en tus redes sociales: