El apagón nacional, conocido popularmente como el “blackout”, que dejó sin energía eléctrica a casi todo el territorio dominicano, no solo provocó molestias cotidianas y pérdidas económicas, sino que también reabrió un debate de fondo; la vulnerabilidad del sistema eléctrico nacional y sus implicaciones para la seguridad del Estado.
Durante varias horas, el país entero se sumió en la oscuridad. Hospitales operaron con plantas de emergencia, el Metro de Santo Domingo se detuvo abruptamente, y miles de ciudadanos quedaron atrapados en ascensores, mientras el tránsito colapsaba ante la falta de semáforos. En cuestión de minutos, la vida moderna quedó suspendida, y el país experimentó lo que podría considerarse un ensayo de fragilidad nacional.
El Gobierno del Partido Revolucionario Moderno (PRM) y las autoridades del sector energético aseguraron que la causa del apagón se debió a “una falla técnica” en el sistema interconectado, pero las explicaciones oficiales han dejado más preguntas que respuestas.
Sectores empresariales, políticos y sociales coinciden en que este colapso refleja una grave deficiencia en la gestión del sistema energético, cuya estabilidad es vital no solo para la economía, sino también para la seguridad nacional.
“El apagón mostró lo dependientes que somos de un sistema centralizado y poco resiliente. Si algo así ocurre por causas técnicas, ¿qué pasaría si se tratara de un ciberataque o un sabotaje?”, se preguntó un especialista en seguridad energética consultado por este medio.
Los efectos inmediatos del blackout, fueron contundentes: fábricas detenidas, comercio paralizado, hospitales en modo de emergencia, aeropuertos con operaciones ralentizadas y servicios digitales interrumpidos. La dependencia tecnológica del país quedó al desnudo.
Asimismo, la falta de un plan de contingencia visible generó pánico y desconfianza. Las redes sociales se inundaron de rumores sobre sabotajes y ataques cibernéticos, mientras el Gobierno trataba de recuperar el control del discurso público.
El apagón puso en evidencia un aspecto que muchas veces se pasa por alto: la electricidad como eje de la seguridad nacional. Sin energía, los sistemas de vigilancia, los hospitales, las telecomunicaciones y los servicios de emergencia colapsan. La defensa del país, incluso en tiempos de paz, depende de una red eléctrica funcional.
En naciones desarrolladas, los apagones de gran escala son tratados como incidentes de seguridad nacional, no solo como fallas técnicas. De hecho, organismos de inteligencia y defensa suelen investigar estos eventos para descartar sabotajes, espionaje o vulnerabilidades cibernéticas.
El “blackout” de 2025, deja una lección dura: la modernización del sistema eléctrico es urgente. No se trata solo de reparar redes o instalar más plantas, sino de diseñar un modelo energético resiliente, descentralizado y protegido frente a amenazas externas y tecnológicas.
Mientras tanto, la población dominicana vuelve a encender sus luces, pero también su preocupación. Porque más allá de la oscuridad de una noche sin electricidad, el verdadero peligro es que el país no vea, a tiempo, la fragilidad de su propia infraestructura crítica.
Por Luis Ramón López