El problema de los apagones en la República Dominicana se ha convertido en la gran estafa eléctrica dominicana, la historia de nunca acabar, una vergüenza nacional que arrastramos desde la dictadura de Trujillo hasta hoy.
Cada gobierno que hemos tenido carga con esa afrenta como si fuera un maldito legado heredado, y lo peor es que, en vez de resolverse, la situación parece renovarse con mayor cinismo, como si fuera un maldito ritual que realizan los beneficiarios y que debemos padecer los sufridos y agraviados, con resignación.
Lo que resulta más indignante es que, mientras el pueblo se sumerge en la oscuridad, la factura de la energía eléctrica no baja ni un solo centavo. Ni un apagón de ocho horas, ni un circuito completo apagado por largos periodos se refleja en la lectura de los medidores.
Antes, al contrario, la factura llega a precios escandalosos, como si viviéramos en Suiza y no en un país donde la energía eléctrica se esfuma con descaro intermitente.
Así lo atestigua la Oficina de Protección al Consumidor (PROTECOM), dependencia de la Superintendencia de Electricidad, que afirma haber recibido, hasta el mes de agosto del presente año, unas 48,344, un promedio de 5 mil por mes, reclamaciones todas referentes a un fuerte incremento en la factura. Tengo el testimonio de una persona que recibió una facturación muy alta (12 mil pesos), fue a PROTECOM, le resolvieron el inconveniente, al mes siguiente la factura le llegó de 22 mil pesos…
Ningún gobierno, absolutamente ninguno, se ha atrevido a decirle la verdad a este pueblo. Sí, han ofrecido excusas, pero tan pobres, tan insultantes, que terminan siendo un acto de burla. En los gobiernos del ex presidente Joaquín Balaguer, las explicaciones eran una especie de catálogo de lo insólito: desde tormentas imaginarias hasta conspiraciones de enemigos invisibles.
Pero el colmo, lo que todos recordamos por su sin sentido, lo protagonizó Julio Sauri, administrador de la entonces Corporación Dominicana de Electricidad (CDE), que culpaba a las chichiguas como causantes de los apagones.
Hoy, en pleno siglo XXI, uno esperaría mayor seriedad, pero no: el presidente Luis Abinader, se ha sumado al festival de justificaciones, compitiendo con aquellas viejas y desvergonzadas explicaciones. Al final, da la impresión de que la estrategia oficial es siempre la misma: marear al pueblo, distraerlo, prometer soluciones que nunca llegan y, sobre todo, mantener intacto un negocio multimillonario que parece tener más poder que cualquier promesa de campaña.
El actual presidente, para no quedarse atrás en el aporte de excusas banas, ofreció tres elementos que, según él, justifican la actual crisis del sector eléctrico, a saber: la tardanza en la entrada de 600 megavatios al sistema, el incremento de la demanda provocado por el agobiante calor y, el nuevo que debutante en el abanico de excusas, el sargazo. Solo que este fue muy selectivo, afectó solo a Punta Catalina.
Los apagones no son un simple fallo técnico. Son el reflejo de una enfermedad más profunda: la falta de voluntad política para enfrentar intereses enquistados en el sector eléctrico. Mientras tanto, la gente común paga una factura por un servicio que no recibe y sufre en silencio bajo el calor, la incomodidad y la impotencia.
Es hora de que alguien tenga el valor de decirle la verdad al país y de cortar de raíz el eterno negocio de la oscuridad. De lo contrario, seguiremos atrapados en este cuento de nunca acabar, pagando la luz más cara del Caribe… para vivir a oscuras.
Por Daniel Rodríguez González