La Policía Nacional dominicana vive uno de los momentos más críticos y cuestionados de su historia. Desde hace años, la sociedad clama por una reforma real y profunda en la principal institución encargada de velar por la seguridad ciudadana.
Sin embargo, más allá de los anuncios oficiales, la percepción en las calles y entre los propios agentes es que poco ha cambiado. Los mismos mandos, las mismas estructuras internas, y prácticas que parecen resistir cualquier intento de modernización.
El discurso de la reforma policial ha estado presente en las agendas de varios gobiernos. Se ha hablado de formación integral, mejora de condiciones salariales, dotación de equipos modernos y profesionalización de los agentes. Pero en la práctica, sigue igual o peor, ahora más arrogante, prepotente, arbitraria y negadora de derechos.
Los verdaderos cimientos de la institución, las estructuras internas de poder, los ascensos por recomendación y las redes de influencia, han permanecido casi intactos.
En muchos destacamentos persiste un sistema jerárquico opaco donde, según testimonios de oficiales y subalternos, “los rangos se usan a conveniencia, y el respeto entre superiores e inferiores es la excepción, no la norma”. En la actualidad, ni reina la hermandad que prometía el lema institucional, ni se respeta la disciplina que da sustento a un cuerpo de seguridad pública.
La pérdida de cohesión interna se traduce en una Policía donde “todo el mundo está en su búsqueda”. La frase se escucha con tono resignado entre agentes de patrullas y administrativos por igual.
Para muchos miembros, la misión de “servir y proteger” se ha visto relegada por la necesidad de buscar un ingreso extra, sobrevivir a la incertidumbre o simplemente avanzar en una carrera que muchas veces depende más de contactos que de méritos reales.
Este ambiente crea fracturas: los oficiales de altos rangos defienden intereses propios, mientras los agentes de base sienten abandono y desprotección. Se trabaja por sectores, por grupos, por lealtades. La vocación institucional se diluye en el sálvese quien pueda.
La corrupción, las denuncias por abuso de autoridad y el uso excesivo de la fuerza siguen empañando la imagen de la Policía Nacional. Casos de extorsiones, ejecuciones extrajudiciales o encubrimiento de delincuentes involucran tanto a mandos medios como a agentes rasos. El ciudadano, lejos de ver a la policía como aliada, la percibe muchas como una amenaza, no son creíbles, obstáculo o simplemente como parte del problema.
Expertos señalan que la verdadera reforma no solo pasa por cambiar uniformes o sistemas de entrenamiento, sino por desmontar las estructuras de poder heredadas, transparentar los ascensos y promover liderazgos con credibilidad y sentido de servicio. Significa invertir de verdad en bienestar policial, profesionalización, fiscalización externa y participación comunitaria.
Pero para que la Policía Nacional recupere su esencia, debe primero reconstruirse por dentro, reencontrar el sentido de hermandad y disciplina, y restablecer el compromiso real de servir y proteger a los ciudadanos. Sin una autocrítica sincera y una voluntad política de transformar lo esencial, la reforma seguirá siendo, para muchos, solo un titular más.
El sicariato
El sicariato que se “vende” desde la institución policial es uno de los síntomas más graves del deterioro institucional y la corrupción estructural. Su erradicación no pasa sólo por cambios de mando, sino por una transformación profunda de la cultura policial, la vigilancia social y la firmeza del Estado de derecho.
Reportes de prensa nacional y organizaciones de derechos humanos han documentado casos de sicariato asociados a miembros activos y retirados de la Policía Nacional Dominicana, así como la falta de controles efectivos y sanciones ejemplares contra esos grupos asociados.
Control interno
Las denuncias más frecuentes y preocupantes dentro de la Policía Nacional Dominicana, la ausencia de un control interno auténtico e independiente, mientras la corrupción sigue extendiéndose y normalizándose. El sistema de control interno debería ser el primer dique contra la impunidad, pero en la práctica suele convertirse en parte del problema.
Una de las prácticas más lamentables señaladas tanto por policías como por organismos de la sociedad civil es la venta de traslados y nombramientos dentro de la institución. Los agentes que buscan ser asignados a plazas “rentables como zonas urbanas, aduanas, lugares turísticos o puestos de dirección, deben pagar sobornos, ya sea directamente o a través de intermediarios.
Estos pagos convierten los traslados, que deberían hacerse bajo criterios de mérito, rotación o necesidades institucionales, en transacciones económicas que perpetúan la corrupción y la ineficacia. Este fenómeno involucra toda la cadena de mando, donde hasta las vacaciones se venden.
Mientras los traslados se vendan y el control interno sea vulnerable a la corrupción, la modernización y la misión institucional de la Policía Nacional Dominicana seguirán siendo una utopía. Dice el dicho popular «entre bomberos no se pisan la manguera».
La Policía Nacional Dominicana se encuentra en una encrucijada histórica. O se atreve a reinventarse desde las raíces para recuperar la confianza ciudadana y su razón de ser —servir y proteger, o permanecerá atrapada en el círculo vicioso de los mismos actores, estructuras obsoletas y luchas de poder internas. En juego está la seguridad, la dignidad institucional y la esperanza de todo un país.
Por Luis Ramón López