El Altar de la Patria: más que un espacio para poses y relaciones públicas

Desde que tenemos uso de razón, en la República Dominicana se acostumbra a rendir honores, ya sea por el inicio del Mes de la Patria, como es la ocasión, o, en conmemoración de la Guerra de la Restauración (1863-1865), para lo cual, se acostumbra a acudir al Altar de la Patria a depositar las consabidas ofrendas florales, a las que todos estamos acostumbrados.

Sin embargo, el Altar de la Patria, para los que allí hemos estado en algún momento, es algo más que un simple lugar al cual acudir, es un “Baluarte” consagrado en las letras de nuestro Himno Nacional, como símbolo de valor y patriotismo cuando dice: “Que en la cima de heroico baluarte de los libres el verbo encarnó”.

Allí se izó por primera vez la Bandera Nacional dominicana, concebida por el forjador de nuestra dominicanidad, el prócer Juan Pablo Duarte y Díez.

Este es un lugar en el que, cuando entras, debes sentir que te arropa la solemnidad de un santuario, de un lugar sagrado que encarna nuestros más profundos sentimientos de libertad, y si no sientes eso, deberías salir raudo y veloz de este recinto sacrosanto.

Lugar que, hay que decirlo, ha sido convertido, lamentablemente, en un espacio para las cámaras y hacer las relaciones públicas de funcionarios, personalidades e instituciones gubernamentales.

Todo lo que allí se dice, no son más que discursos baladíes, palabrerías vacías, solo se repiten frases y se pronuncian discursos que pueden parecer grandilocuentes, atiborrados de frases que pudieran evocar verdaderos sentimientos de orgullo patrio, pero que, en honor a la verdad, gran parte de lo que allí se expresa se desvanece al bajar sus escalinatas.

Es como el tradicional peregrinaje que año tras año realizan miles de feligreses hacia la Basílica de Higüey, cada día 21 de enero, al día siguiente, todos vuelven a lo mismo, como si solo se tratara de cumplir con un acto protocolar, una costumbre, o, como dice Serrat en un estribillo de la canción Fiesta, “y con la resaca a cuestas vuelve el rico a su riqueza, vuelve el pobre a su pobreza, y el señor cura a sus misas.

Aspiramos a que, los que allí acuden a ofrecer loas a los forjadores de nuestra nacionalidad, los patricios Juan Pablo Duarte y Diez; Francisco del Rosario Sánchez y Matías Ramón Mella, honren con su diario accionar, tan grande legado.

Por Daniel Rodríguez González

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