Si algo nos ha quedado suficientemente claro durante el 2025, es que en la República Dominicana el paso del tiempo no garantiza aprendizaje. Cambian los gobiernos, se renuevan las consignas y se reeditan las promesas, pero las prácticas siguen intactas.
Este año no fue una excepción; fue, más bien, la confirmación de un patrón que se viene repitiendo desde hace décadas.
Durante los años anteriores, especialmente entre 2016 y 2020, nuestro país fue testigo de escándalos de corrupción que pretendían justificarse bajo el argumento del “crecimiento” y la “estabilidad”. Luego, a partir del 2020, el discurso cambió: se habló de transparencia, institucionalidad, cambio y fin de la impunidad.
Sin embargo, al llegar al 2025, la distancia entre la retórica y la realidad se hizo cada vez más evidente. En el Gobierno del cambio, los expedientes se acumularon, pero las sentencias firmes siguieron siendo escasas.
A diferencia de otros momentos, cuando parecía que la corrupción se manejaba con cierta discreción, en el 2025, los casos estallaron a plena luz pública. Ministerios, direcciones generales, ayuntamientos y empresas estatales volvieron a aparecer vinculados a licitaciones cuestionables y contratos de dudosa legalidad. La diferencia con años anteriores no fue la magnitud del problema, sino la decepción de una ciudadanía que había creído que esta vez sería distinto.
El Ministerio Público, que en los primeros años de la actual etapa política generó expectativas con procesos de alto perfil, llegó al 2025 enfrentando un desgaste evidente. Comparado con el impacto inicial de las investigaciones anunciadas entre 2020 y 2022, el ritmo y los resultados del último año dejaron más preguntas que respuestas. La percepción de selectividad y lentitud volvió a instalarse, recordando viejas prácticas que se suponían superadas.
En paralelo, la tragedia del Jet Set evocó recuerdos dolorosos de otros episodios que las autoridades no supieron, o no quisieron prevenir. Basta mirar hacia atrás: derrumbes, incendios, explosiones y colapsos que, en su momento, también fueron calificados como “accidentes”, hasta que el tiempo los convirtió en simples estadísticas.
Al igual que en esos casos anteriores, el denominador común fue la falta de supervisión, el relajamiento de los controles y la irresponsabilidad compartida entre el sector privado y las autoridades.
Años atrás, tragedias similares generaron las mismas reacciones oficiales que vimos en 2025: comisiones especiales, investigaciones anunciadas con solemnidad y promesas de sanciones ejemplares. El problema es que, con el paso del tiempo, esas promesas se diluyen y la memoria colectiva se debilita. El Jet Set no fue una excepción; fue la repetición de un guion, desgastado ya, de tanto repetirse.
Comparado con períodos anteriores, el 2025 dejó una sensación aún más peligrosa: la normalización. Lo que antes indignaba, hoy apenas sorprende. La corrupción ya no escandaliza como antes, y las tragedias, aunque duelen, se asumen como parte del riesgo cotidiano. Esa resignación social es, quizás, el mayor triunfo de un sistema político que se ha acostumbrado a funcionar sin consecuencias.
Cerrar el año sin reconocer estas continuas repeticiones sería un acto de deshonestidad intelectual. La República Dominicana no necesita reinventar diagnósticos; necesita romper ciclos. Mientras no se establezca una línea clara entre el antes y el después, seguiremos atrapados en la repetición de los mismos errores, con distintos protagonistas, pero con la misma víctima de siempre, el pueblo dominicano.
El 2025 no fue peor porque ocurriera algo nuevo, sino, porque demostró que pese a todo lo aprendido en años anteriores, el país sigue sin corregir lo esencial: hacer de la ley una norma efectiva y no un recurso discursivo. Y mientras esto no ocurra, el futuro seguirá pareciéndose demasiado al pasado.
Termino con un pensamiento de nuestro patricio, Juan Pablo Duarte y Diez:
“Mientras no se escarmiente a los traidores como se debe, los buenos y verdaderos dominicanos serán víctimas de sus maquinaciones.”
Por Daniel Rodríguez González