A veces no es el crimen lo que más duele. Es el silencio. La forma en que un país se acostumbra a pasar por alto la muerte cuando esta incomoda a los poderosos. La forma en que los medios callan, los opinadores miran hacia otro lado, y el gobierno se atrinchera en la arrogancia.
La tragedia del Jet Set —sí, tragedia, no accidente— ya ha cobrado 236 vidas. Y, sin embargo, la cobertura mediática se esfumó como si de una noticia menor se tratara. ¿Dónde están las entrevistas, los reportajes, las mesas de análisis? ¿Dónde está la indignación que vimos con Polyplas, donde la explosión fue primera plana durante semanas? ¿Dónde está el despliegue que tuvo San Cristóbal, donde cada día se actualizaban cifras, causas, responsabilidades?
En aquellos casos, el Estado se movió, aunque fuera por presión pública. Hubo comisiones, ruedas de prensa, visitas al lugar, un mínimo esfuerzo por parecer dolido. Hoy, en cambio, vemos a un gobierno más preocupado por proteger a uno de los suyos que por acompañar el luto de todo un pueblo.
Y ese «uno de los suyos» no es cualquier persona: se trata de alguien con conexiones políticas al más alto nivel, con historia dentro del engranaje del poder, con apellidos que abren puertas. Ahí está la diferencia. Polyplas no tenía padrinos. San Cristóbal dolió demasiado como para ignorarlo. Pero Jet Set… Jet Set toca fibras incómodas. Y en este país, cuando el poder se incomoda, la justicia se acobarda.
La prensa tradicional, salvo contadas excepciones, ha preferido evitar abordar el tema Jet Set. Los grandes medios, los que editorializan sobre moral y ciudadanía, guardan silencio. No sea que se pierda un patrocinio, que se moleste un poderoso en el poder, que se cierre una puerta ventajosa.
Y así vamos, normalizando que 236 muertos no merezcan justicia porque el responsable es «intocable». ¿Pero, para quién?
¿Dónde están los fiscales? ¿Dónde está el Ministerio Público que se activa para casos mediáticos? ¿Dónde están los «líderes de opinión» que se rasgan las vestiduras por cualquier otra causa?
Como aquellos comunicadores que lanzaron todo el arsenal legal en contra de los “responsables” de las tragedias de San Cristóbal y Polyplas, y hoy, no es solamente que callan, ante la inenarrable tragedia del Jet Set que ya ha cobrado 236 vidas, es que defienden con todas sus garras mediáticas al responsable confeso de esta ignominia.
La verdad es dura: aquí, se nos quiere hacer creer, que la vida de 236 personas pesa menos que un empresario con poder político.
Y si algo duele más que esas muertes, es saber que hay un sistema entero trabajando no para esclarecer, no para consolar, no para reparar, sino para proteger. Para defender. Para blindar. Para archivar.
Pero no olvidemos: cada silencio construye una rabia. Y esa rabia se está acumulando. Porque el país ve, escucha, une los puntos. Y aunque los medios callen, aunque el poder crea que puede enterrar los muertos dos veces —una bajo el lodo, otra bajo el olvido—, la verdad tiene la mala costumbre de reaparecer.
Y cuando lo haga, no habrá blindaje ni poder que la detenga.
Por Daniel Rodríguez González