Y las víctimas del Jet Set, dónde están en este relato

Hay momentos en que uno se pregunta si la memoria colectiva ha perdido el sentido común. ¿Cómo puede ser que, luego de una tragedia que ha dejado más de doscientos treinta muertos —sí, más de 230 vidas tronchadas— la conversación pública se enfoque, casi exclusivamente, en el señor Antonio Espaillat?

Yo no me refiero al hecho de qué cuota de responsabilidad tenga o no el tal señor empresario, ni que no merezca atención por el rol que le corresponde como propietario del Jet Set.

Pero lo que resulta sencillamente indignante es ver cómo tantas voces se apuran en proteger su imagen, en tratar de justificarlo, en limpiarle el nombre, mientras las víctimas —la gente que murió, la que perdió a un ser querido, la que quedó herida o traumatizada— apenas figuran en los titulares de algunos medios tradicionales. 

Sí, hay quienes le deben lealtad al señor Espaillat. Lo entiendo. Aquí todos sabemos cómo se mueven los hilos del poder, los afectos, los negocios. Pero, CARAJO, esto no es un simple revés empresarial. Estamos hablando de más de doscientos treinta muertos y una estela de dolor irreparable.

La pena que ha tocado a tantas familias dominicanas, este luto que se extiende por todo el país y trasciende sus fronteras, no tiene consuelo para las madres que han enterrado a sus hijos, de esposas viudas, de padres que no entienden por qué les arrebataron a sus hijos por ir a divertirse una noche.

Y, aun así, la narrativa dominante insiste en volver siempre al mismo punto: el empresario. ¿Cuánto ha sufrido él? ¿Cómo se siente? ¿Qué impacto tendrá esto en su legado?

Yo pregunto: ¿y cómo se sienten los que perdieron a alguien? ¿Quién se ha sentado a escuchar sus testimonios? ¿Quién ha dicho sus nombres con el mismo énfasis con que se repite el del dueño del local?

Este país necesita dejar de mirar hacia arriba todo el tiempo. Porque mientras los poderosos reciben el beneficio de la duda, los que murieron se convierten en estadísticas. Eso no es justo. Eso no es decente.

Aquí hace falta memoria, pero también justicia. Justicia para los que ya no están, y para los que siguen sufriendo en silencio. Esto no se trata de empañar la figura de nadie; se trata de centrar la conversación donde debe estar: en la tragedia humana que hemos vivido, y en el deber moral de no dejar que se diluya en el olvido mediático.

La historia no puede contarse desde una sola orilla. Y menos cuando esa orilla no es la de las víctimas.

Termino con un pensamiento de Juan Pablo Duarte:

“Sed justos lo primero, si queréis ser felices…”

Por Daniel Rodríguez González

Comparte esta noticia en tus redes sociales: