Pobres iglesias

Siempre he creído en la existencia de un ser superior, creador del cielo y de la tierra, con poder para dirigir los destinos de cada uno de nosotros.

Lo que en mi mente pensadora no cabe, es la idea de que para estar bien con Dios, sea necesario, ir todos los domingos a misa, vivir congregado en la iglesia, no importa a la secta que esta represente, pelarse las rodillas rezando u orando hasta el agotamiento, pero, con el corazón podrido, lleno de maldad, codiciando lo ajeno, corrompido por la envidia  y deseando que a alguien le pase lo peor.

Por encima de cualquier creencia, pienso que un ser humano, lleno de amor para dar, condolido por lo malo que le pase al prójimo, puede decidir si desea o no hacer acto de presencia en la iglesia, obvio que ese es mi modo de pensar, y respeto la decisión de los demás.

Tampoco estoy de acuerdo con que, para que se sepa que alguien practica una creencia determinada, haya que hacer cambios dramáticos en la forma de actuar y de vestir. En estos casos, me resulta muy difícil asimilar el arrepentimiento.

Tengo la experiencia de haber conocido a una mujer que, en su juventud, bebía de manera desenfrenada, se acostaba con cuantos hombres se lo pidieran, y actualmente, anda con unas horribles faldas largas, todo desaliñada, predicando porque está en “los caminos del señor.”

Con esto no quiero objetar que los seres humanos puedan cambiar su conducta pasada, pero los desenfrenos del pasado son muy difíciles de borrar.

Creo que, si somos honestos, serios y de buen corazón, ir o no a la iglesia es nuestra decisión, y debería ser respetada.

Por Epifania de la Cruz (epifaniadelacruz@ gmail.com / www.renacerparatodos.net)

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