George Junius Stinney, el niño de 14 años que fue ejecutado en la silla eléctrica

George Junius Stinney Jr. fue un niño afroamericano, condenado y ejecutado en la silla eléctrica a la edad de 14 años, por los asesinatos de dos niñas blancas en el condado de Clarendon, Carolina del Sur.

El 24 de marzo de 1944, Betty June Binnicker, de 11 años, y Mary Emma Thames, de 7, salieron a dar un paseo juntas en bicicleta para recoger flores en las afueras de la pequeña ciudad. Sus cuerpos fueron encontrados en una zanja llena de agua. Sus cabezas habían sido golpeadas por algún tipo de objeto metálico.

Un día después del hallazgo, George y su hermano mayor John fueron arrestados. Aunque John fue liberado, George quedó bajo custodia. El sheriff afirmó que el niño había confesado y llevó a los oficiales a un trozo de hierro, donde dijo que lo había colocado, en una zanja a unos dos metros de la bicicleta.

Después del arresto, el padre de George fue despedido de su trabajo en el aserradero local, y la familia tuvo que abandonar su hogar por temor a represalias. Los padres no volvieron a ver a George antes del juicio; este se llevó a cabo en un ambiente hostil, sin apoyo familiar y sin asesoría legal adecuada.

George fue interrogado sin la presencia de sus padres o un abogado, violando la Sexta Enmienda. Su juicio, incluida la selección del jurado, ocurrió el 24 de abril de 1944. Su abogado, Charles Plowden, un comisionado de impuestos que hacía campaña para ser elegido para un cargo local, no cuestionó las confesiones inconsistentes ni presentó pruebas físicas vinculantes al crimen.

Tampoco cuestionó la presentación por parte de la fiscal de dos versiones diferentes de la confesión verbal de George. En una versión, habría dicho fue atacado por las niñas después de que intentó ayudar a una de ellas que se había caído en la zanja, y las mató en autodefensa. En la otra versión, había seguido a las chicas, atacando primero a Mary Emma y luego a Betty June.

No hay ningún registro escrito de la confesión de George. Nunca se exhibió durante el juicio ninguna prueba física que lo vinculara con el crimen, de hecho, la viga que usó el asesino para acabar con la vida de las niñas pesaba más de 20 kilos, por lo que era imposible que un niño de 14 años que pesaba tan solo 45 kilos pudiera haberla levantado para golpearlas con tal fuerza como para aplastarles el cráneo.

Más de 1.000 estadounidenses blancos llenaron la sala del tribunal, pero no se permitió el ingreso de estadounidenses negros, como era típico en ese momento. George fue juzgado ante un jurado exclusivamente blanco que lo condenó a muerte por electrocución sin que el abogado defensor presentara una apelación.

Habían pasado apenas cinco horas y diez minutos desde el momento en que George fue sentado en el banquillo de los acusados.

La suerte del niño estaba echada: bajo las leyes de Carolina del Sur en ese momento, toda persona de más de 14 años era tratada como a un adulto. Era legal mandarlo a la muerte.

La familia de George, las iglesias y la Asociación Nacional para el Progreso de las Personas de Color, conocida por sus siglas en inglés NAACP, hicieron un pedido de clemencia al gobernador del Estado, un hombre blanco llamado Olin Johnson, quien se negó a conmutar la pena.

“No creo que alguien que fue declarado culpable de un asesinato deba ser exonerado”, dijo cuando le pidieron que salvara la vida del niño.

Eran poco más de las seis de la mañana cuando el pequeño cuerpo de George fue ejecutado 53 días después, la mañana del 16 de junio de 1944 en la Penitenciaría Estatal de Carolina del Sur en Columbia.

Todo había sucedido vertiginosamente para que George Junius Stinney Jr. se convirtiera en el condenado a muerte más joven ejecutado en los Estados Unidos.

Se dice que durante su juicio y hasta el día de la ejecución, siempre llevaba una biblia en sus manos clamando su inocencia, la que fue utilizada para colocarla en la silla eléctrica ya que por su pequeña estatura el casco con electrodos no alcanzaba su cabeza.

Después de la condena y la ejecución, la familia George vivió bajo permanentes amenazas, al punto que debió mudarse del Estado y comenzar una nueva vida que los alejara de la pesadilla de haber perdido a su pequeño hijo y temer a sus propios vecinos.

Durante décadas, nadie se atrevió a pedir que se reabriera el caso y se demostrara que George era un inocente condenado injustamente por un sistema judicial racista.

La única sobreviviente de la familia, su hermana menor Amie, tuvo que esperar setenta años para conseguir algún resultado. En 2014, a los 77 años, logró que la justicia revisara el juicio al que fue sometido el pequeño George.

Fue entonces cuando pudo declarar ante un tribunal que el día del asesinato George estaba con ella, cuidando la vaca de la familia. En 1944 no pudo decirlo: tenía apenas siete años y era una niña negra cuya palabra no tenía valor.

Otro testimonio fundamental fue el de la psiquiatra forense Amanda Sales: “Es mi opinión profesional, con un grado razonable de certeza médica, que la confesión dada por George Stinney Jr. en, alrededor, del 24 de marzo de 1944, se caracteriza mejor como una confesión obtenida bajo coerción, complaciente y falsa”, le dijo al tribunal.

En diciembre de 2014, la jueza Carmen Tevis Mullen emitió su fallo y sostuvo que el juicio tenía graves errores procesales: “No recuerdo un caso en el que abundaran tantas pruebas de violaciones de los derechos constitucionales y tantas injusticias”.

También dictaminó que la policía había actuado de “manera indebida, no conforme a los códigos y procedimientos penales”, y que el abogado del pequeño George “hizo muy poco o nada para defenderlo”.

Lo más importante para la ya anciana Amie fue que el fallo de la jueza no “perdonó” a su hermano, sino que lo declaró inocente: “Hay una diferencia: Un perdón es perdonar a alguien por algo que hizo. Esa no era una opción para mi madre, mi tía o mi tío. No estábamos pidiendo perdón”, dijo Norma, la hija de Amie después de la sentencia.

Todavía resonaban las palabras con que la jueza Mullen cerró su fallo sobre la condena y la ejecución del pequeño negro George: “El Estado, como entidad, tiene las manos muy sucias”.

Por Roberto Tiburcio

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